La concentración en la atmósfera de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero, ha vuelto a alcanzar niveles récord. Esa concentración no ha parado de aumentar desde principios de los años sesenta, cuando arrancan los registros de seguimiento directo de este gas de efecto invernadero, responsable del calentamiento global según el consenso científico.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ya había publicado en octubre de 2017 que la concentración atmosférica de CO2 había alcanzado las 403,3 partes por millón, calificándolo como un «aumento peligroso de la temperatura global«. En el Acuerdo de París, firmado en 2015, con el objetivo de reducir los gases de efecto invernadero que emite el hombre para evitar un catastrófico aumento de las temperaturas, estableció un límite de 400 ppm.
Las últimas mediciones del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, situado en la isla de Tenerife, reflejan que en el mes de mayo de 2018 se alcanzaron, por primera vez, las 413 partes por millón, lo que supone un nuevo récord. No se producía una concentración tan alta de CO2 en la atmósfera de la tierra desde hace 15 millones de años conforme a las mediciones realizadas en el CO2 retenido en el hielo de los polos. Si se mantiene la actual tendencia, la temperatura media de nuestro planeta puede subir hasta 3 grados centígrados y esto puede tener consecuencias graves, como el aumento del nivel del mar (como consecuencia de un mayor deshielo de los polos) y una mayor frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, como las sequías o las lluvias torrenciales.
La OMM resaltó en su informe que las emisiones de CO2 de la actividad humana se han estabilizado en los últimos 3 años, cita como fuente los informes del Global Carbon Project, que dirige el científico español Pep Canadell. Sin embargo, este estancamiento no ha supuesto que deje de aumentar la concentración de CO2 en la atmósfera. Esto se debe a que no existe una relación totalmente lineal y directa entre emisiones y concentración, ya que hay «muchos procesos en la atmósfera» que influyen, como por ejemplo, el fenómeno meteorológico de El Niño.
La quema de combustibles fósiles, como el carbón, el gas natural y el petróleo, está aumentando las emisiones mundiales de C02 desde finales del siglo XVIII, pero, en las últimas décadas, este aumento no tiene precedentes y ha traspasado el nivel que los científicos consideran “peligroso”.
El ahorro, la eficiencia energética y el uso de energía renovables son las armas que tenemos para reducir las emisiones de CO2 y la amenaza del cambio climático. Nuestro papel primero como ciudadanos es fundamental para actuar contra el cambio climático. Ya es hora de tomar conciencia que son nuestros actos y nuestras decisiones las que pueden evitar la catástrofe.