Como ya hemos explicado, un certificado de eficiencia energética obtiene una calificación que va desde la letra A, para los edificios más eficientes, hasta la letra G, que son los menos eficientes. Para recordarlo fácilmente desde la A de ahorro, a la G de gasto.
A diferencia de lo que ocurre con la calificación de los electrodomésticos donde es fácil encontrar calificaciones de clase A, o incluso A+, A++, en el mercado inmobiliario vamos a encontrar muchas G, F, D y E, para disgusto de sus propietarios.
Cuando se certifica un edificio de viviendas o una vivienda dentro de él, una de las cosas que se hace es comparar la demanda de energía y la emisión de CO2 derivada de dicha demanda, considerado que existen unas condiciones de confort dentro de ese edificio, con otro que llamamos de referencia que en algunas cosas es igual que el primero: está situado en la misma zona climática, tiene los mismos metros cuadrados… Pero que su envolvente y sus instalaciones cumplen con la normativa actual, el Código Técnico de la Edificación (CTE) y el Reglamento de Instalaciones Térmicas (RITE).
Pues bien, ese edificio de referencia que tiene placas para la producción de agua caliente sanitaria, que está más aislado que la mayoría, cuyas instalaciones tienen rendimientos más exigentes que los antiguos; solamente tendrá una letra D en el 60% de los casos y C en el 40% restante.
La razón de que esto ocurra es que el objetivo de la certificación de eficiencia energética es que se mejoren los edificios y se reduzca el consumo de energía dentro de ellos, por lo que interesa que haya un amplio recorrido de mejora.